UNA AMARGA VENGANZA
(Autora: Sara Potter)
Capítulo I: El Encuentro
El día estaba llegando a su fin y el sol se ocultaba tras los edificios de la ciudad. Las primeras luces nocturnas estaban encendidas; era el momento que Manyr había estado esperando. Después de pasar el día oculto en las sombras, solo y hambriento, no podía pensar en algo que no fuera su siguiente víctima.
La había elegido desde la noche anterior; alta, esbelta, con una piel tersa y blanca, justo como le agradaban, cabello negro y ojos oscuros profundos y expresivos. Ella era Teresa; sin embargo, no era una mujer cualquiera, pero era la que él deseaba y se había prometido a si mismo que la tendría esa noche, su orgullo como demonio no toleraría una sola falla. Sería rápido y sin dolor, según él, pues su manera de poseer a las mujeres distaba mucho de ser así.
Teresa, por su parte, era una mujer ajena a su época, pues dedicaba su vida a los libros, cosa que era mal vista por los demás, quienes la miraban con ojos inquisidores. Lo que ellos no sabían es que la fascinación que tenía Teresa se debía a un detalle del cual se aseguraba que nadie supiera: ella era una bruja y deseaba obtener todo el poder que fuera necesario para cumplir sus ambiciones.
¾ ¡Teresa! ¾ Exclamó el bibliotecario al verla ¾ ya es muy tarde. Deberías estar en tu casa, esta ciudad es muy peligrosa en las noches.
¾ No se preocupe ¾ replicó ella ¾ ya voy a terminar.
El bibliotecario trató de mirar de reojo lo que Teresa estaba leyendo. No obstante, ella ocultó el contenido y en el momento en que él abandonó el lugar, ella volvió a su lectura. El libro, aparte de viejo y desgastado, se encontraba en una lengua ya muerta, su contenido era muy distinto a los libros que había estudiado antes. Éste, describía a los seres de otros planos, dando un énfasis especial en los demonios, las criaturas más poderosas y temidas de los planos inferiores.
“Si tan solo tuviera a alguien que cumpliera mi deseo” se dijo a si misma al salir de la biblioteca. Ya había pasado la media noche; todo estaba semioscuro, a esa hora lo único que alumbraba las calles era el débil resplandor de la luna. Satisfecha consigo misma por el avance logrado, Teresa empezó a caminar por las calles solitarias rumbo a su morada. Al poco tiempo se percató de que no estaba totalmente sola, una presencia desconocida para ella la seguía conservando cierta distancia.
En el momento en que la vio salir de la biblioteca, supo que su momento había llegado. Dentro de poco esa mujer seria suya para satisfacer su hambre de sangre y dolor. Él la seguía sigilosamente, confiando en que ella no lo notaría hasta que fuera demasiado tarde. Visualizó en su mente el momento del triunfo en que después de haber jugado lo suficiente con su presa, veía desaparecer el brillo de vida de sus ojos.
Ella se puso nerviosa, nunca antes había sentido ese tipo de presencia, pero no podía ver nada; las calles se veían oscuras y vacías. Tampoco podía oírse ruido alguno, el silencio era absoluto y temía que se tratara de una criatura de los planos inferiores; no obstante, repentinamente recordó un detalle que su preocupación había pasado por alto, ¡venganza!
Manyr se acercó más a su presa, en su mente todo estaba fríamente calculado. De repente ella se detuvo, Manyr observó por un instante su negro cabello ondeado por el viento; ella se volteó, mostrando una seria, pero decidida mirada. En ese momento, el demonio se dio cuenta que ella había sentido su presencia, cosa que nunca sucedía con ninguna presa.
Él decidió confiar en sus habilidades, para él nada saldría mal. Batió sus alas membranosas y se acercó lo más rápido que pudo, queriendo conservar el factor sorpresa, pero no contaba con el poder que Teresa estaba orgullosa de tener; un poder que, según ella, lograría aplacar al demonio y volverlo su sirviente.
Los ojos de la criatura brillaron de satisfacción cuando ya se encontraba a centímetros de ella. Sin embargo, una fuerza lo detuvo en seco en medio de la embestida, haciéndolo caer sin poder moverse.
¾ ¿Por qué me persigues, demonio? ¾ Inquirió Teresa seria.
¾ ¡Para hacerte mía, humana! ¾ Respondió el demonio orgulloso.
¾ Ja, claro, como si yo fuera una humana normal ¾ se burló Teresa y al ver la expresión demoniacamente confundida de Manyr agregó fulminándolo con la mirada ¾ ¡Soy una bruja!
La última frase asombró a Manyr “¡que actitud tan malévola tiene esta mujer!” pensó para sí, lo cual incrementó sus ansias de poseer a ese ser tan especial para el mundo material.
¾ ¿Me soltarás, o planeas tenerme aquí para siempre? ¾ Preguntó Manyr lo más serenamente que pudo.
¾ Sólo lo haré si haces un pacto conmigo ¾ replicó sin cambiar su mirada.
¾ ¿Qué clase de pacto? ¾ Expresó el demonio sin muchas ganas de aceptar.
¾ Si juras ayudarme en mi venganza, seré tuya ¾ dijo Teresa sin quitarle los ojos de encima.
¾ ¿Venganza? ¾ Murmuró Manyr pensativo
¾ ¡Sí!, venganza ¾ exclamó Teresa con una sonrisa maliciosa ¾ ¿qué me dices demonio?
¾ ¡NUNCA! ¾ Gritó Manyr. Era demasiado orgulloso para ser el sirviente de una humana, ni siquiera si era una bruja.
¾ ¿Estás seguro de tu respuesta? ¾ Inquirió Teresa mientras introducía una mano en su túnica color rojo, el mismo color del cuerpo de Manyr.
¾ Ja, bruja, ¿crees que puedes hacerme daño? ¾ Se rió el demonio.
¾ Logré paralizarte ¾ replicó ella tranquilamente ¾ créeme que sí.
Manyr se quedó pensativo unos instantes, no podía creer que su plan no sólo había fallado, sino que ahora para poder completarlo debía cumplir el deseo de esta humana.
Capítulo II: Recuerdos Amargos
Arturo se despertó, se hallaba tumbado en una litera fría y dura, todo su cuerpo le dolía. Tardó unos segundos en comprender lo que sucedía; había sido torturado hasta la agonía y, según sus carceleros, seguirían haciéndolo. Arturo, de pelo negro, piel blanca, alto y no muy fuerte, perdía las esperanzas de vivir cada día que pasaba. Sólo una palabra, adherida a sus recuerdos, lo mantenía vivo: Teresa, su amada, la mujer más hermosa de todas, la única que podía salvarlo, salvo que ella estaba en la misma situación.
Miró hacia fuera por una pequeña ventana con rejas que había en la celda, extrañando los calurosos y hermosos días de verano que había pasado al lado de ella. Ahora, todos esos bellos recuerdos habían quedado en el pasado. “jamás saldré vivo de aquí” pensó amargamente. El sonido de un candado al abrirse lo devolvió a la realidad. Dos hombres lo sujetaron y se lo llevaron arrastrado, pues a pesar de que no opuso resistencia, no tenía fuerzas para caminar solo. Recorrieron el corredor donde Arturo pudo escuchar los lamentos de las personas cautivas; horribles gemidos y tristes sollozos de dolor y angustia, los cuales, junto a la sombría atmósfera, eran una característica del lugar.
Llegaron a una habitación ya muy conocida por Arturo: la sala de interrogatorio, o de torturas si eres el prisionero. Esta vez la elección de los verdugos fue el potro, el favorito de los carceleros; no obstante, Arturo notó que no era el único en la habitación. Inconsciente y golpeada brutalmente, él divisó a su amada Teresa, quien ya no era la misma: la tortura y las condiciones del lugar la tenían acabada física y mentalmente. Ella al igual que él, no conservaba muchas esperanzas.
Dos carceleros se llevaron a la chica mientras Arturo era preparado para una nueva sesión de dolor e interrogatorio.
¾ Bien, bien ¾ comenzó uno de los verdugos ¾ ahora sí nos dirás lo que queremos saber.
¾ Pero... ¾ protestó Arturo únicamente logrando incrementar su sufrimiento.
¾ Anda, confiesa ¾ dijo el otro carcelero apretando las cuerdas, haciendo gritar de dolor a Arturo.
¾ ¡No soy culpable de lo que me acusan! ¾ Exclamó Arturo con todas sus fuerzas.
¾ ¡Ja, sí, claro! ¾ Se burló el verdugo ¾ todos dicen lo mismo, pero no te preocupes, pronto dirás la verdad.
¾ ¡Es la verdad! ¡Argh! ¾ Gritó Arturo al sentir cómo su cuerpo seguía estirándose dolorosamente, sin comprender del todo por qué estaba en ese embrollo.
El estiramiento prosiguió por lo que para Arturo fueron siglos, su dolor ocasionó que su mente se debilitara y terminara confesando los falsos cargos de brujería a los que estaba acusado.
¾ Bien, tu confesión será transmitida al Inquisidor General, el cual te dará el castigo que te mereces.
La sentencia fue dada rápidamente, obviamente fue condenado a morir en la hoguera. Arturo ya no quería vivir ese sufrimiento, no quería ser torturado eternamente. En su corazón creía que Teresa, una verdadera bruja, seguiría su mismo camino, así que aceptó su destino con estoicismo y se quedó dormido en la litera, donde había sido dejado, esperando el momento en que todo acabara.
No tuvo que esperar mucho, a la mañana siguiente sus carceleros lo llevaron al patio de la prisión y lo amarraron a un pedestal, el cual ya estaba preparado para el espectáculo. Otros dos carceleros aparecieron en la escena llevando en brazos lo que quedaba de Teresa: su cara estaba hinchada y llena de hematomas a causa de los golpes; su cuerpo, demasiado débil para sostenerse solo, colgaba de sus brazos. Al levantar la mirada, su cara dibujó una expresión de horror al contemplar la escena. Sus ojos, fijos en Arturo, no querían creer lo que estaba sucediendo. La vida no podía ser tan cruel; finalmente había conocido el amor, un sentimiento que jamás había sentido, pero ahora esa persona tan especial para ella iba a morir y llevarse con él una gran parte de ella.
¾ ¡Por favor!, piedad, no hagan esto ¾ exclamó Teresa con todas las fuerzas que tenía.
¾ Ja, ja ¾ rió uno de los carceleros que la sujetaba ¾ ¿y tu crees que te vamos a obedecer?... Vincent, prosigue.
El hombre que preparó la pira activó su monumental cuerpo, mezcla de músculos y grasa. Tomó una antorcha y se dirigió hacia Arturo.
¾ ¡NO!, por favor, por lo que más quieran, no hagan esto ¾ volvió a gritar Teresa.
Vincent se detuvo, estaba maravillado observando la fortaleza de esa mujer, fijó sus ojos en ella sin fijarse que uno de los carceleros la soltado, atravesado el patio en unas pocas zancadas y arrebatado la antorcha de sus manos.
¾ ¡Idiota!, ¿vas a hacerle caso a una prisionera? ¾ Reprendió el carcelero y le dio a Vincent un fuerte palmazo en la cabeza.
¾ Pero, es tan linda... y tan fuerte ¾ replicó Vincent.
Pero la respuesta fue un gruñido y el carcelero finalizó la tarea lanzando la antorcha en la madera.
Teresa sintió que su mundo se derrumbaba, Arturo fue rápidamente rodeado por el fuego. Sin embargo, nunca gritó ni se quejó, ya fuera porque no quería darle ese gusto al Inquisidor y los verdugos, o tal vez ya ni siquiera sentía dolor. La última visión de su amado fue la del Inquisidor General sonriente ante la escena. Ella esperó que llegara su turno, pero en lugar de ser conducida al otro pedestal del patio, fue llevada a la salida de la prisión, una puerta alta e imponente, hecha de hierro, para asegurarse de intimidar a los habitantes de Ciudad del Este.
En toda la entrada estaban los padres de Teresa. Los años ya se notaban en sus cuerpos y almas, cualquiera hubiera jurado que no les quedaba mucho tiempo de vida. Sin embargo, ellos, al igual que su hija, eran magos. Se acercaron con cautela, recibieron a su hija en brazos y los carceleros les ordenaron irse. Teresa sólo tuvo la fuerza suficiente para decir una última frase antes de desmayarse.
¾ Me vengaré ¾ dijo lentamente y con una mirada de odio hacia las puertas de hierro y perdió el conocimiento.
Capítulo III: Las Vueltas Que Da
¾ ¿Quieres que mate al Inquisidor General? ¾ Preguntó Manyr estremeciéndose de repulsión al imaginarlo ¾ ¿quieres que yo acabe con alguien tan común y corriente?
¾ ¡Sí!, quiero que pague ¾ replicó Teresa demasiado Seria ¾ pero no lo mates rápidamente. Los demonios son expertos en atormentar a sus víctimas. Cuando acabes, me traerás su cabeza.
¾ ¿Cumplirás tu parte? ¾ Inquirió Manyr ansiando la respuesta.
¾ Cuando cumplas la tuya ¾ se limitó a contestar ella.
El escenario había cambiado. Ahora se encontraban en un bosque cercano a la ciudad. Manyr, orgulloso, estaba algo apartado de Teresa, pero había escuchado su historia palabra por palabra, gozando profusamente con su final. El demonio desapareció, dejando a Teresa con una satisfactoria sonrisa maliciosa. Ella estaba dispuesta a dar su vida a cambio de hacer pagar al Inquisidor. A pesar de que ella podía hacerlo personalmente, pensó que el demonio lo torturaría y atormentaría a tal punto que desearía su propia muerte.
Se quedó un momento meditando la situación. El bosque, muy poco transitado por la gente de la ciudad, tenía la fama de albergar criaturas no muy agradables. La luna estaba oculta por los árboles; la oscuridad era impenetrable y no se escuchaba ruido alguno, como si esas criaturas se estuvieran preparando para un gran espectáculo.
El Inquisidor General de Ciudad del Este, Reginald Denmoore, había llegado a la ciudad hacía poco tiempo. El papa en persona le había solicitado purificar a la población de toda herejía y él estaba dispuesto a todo con tal de complacerlo. Todos los días escuchaba atentamente las demandas de los ciudadanos y al terminar mandaba a sus verdugos a arrestar a los acusados.
Acabado un día más de audiencias, Reginald se retiró a sus aposentos. Estaba satisfecho con lo que había logrado “Su Santidad estará tan complacido” se dijo emocionado. Al llegar a una hermosa sala amoblada con enormes sofás artesanales, pinturas renacentistas ornamentando las paredes y esculturas de todas eras, se percató de la pesadez de la atmósfera, pero no se inmutó. Atravesó la estancia hasta llegar a su habitación, la cual era muy diferente. En el lugar sólo había una cama, un crucifijo en una pared y una mesa de noche, en la cual reposaban un rosario y un látigo, con el cual se flagelaba cada vez que creía que había sido manchado con el pecado. Se arrodilló frente al crucifijo, se quitó la túnica, dejando al descubierto una espalda llena de cicatrices; en seguida, tomó el rosario y el látigo y comenzó a castigarse por un recuerdo que estremecía su cuerpo y carcomía su alma: era el recuerdo de una mujer, la única que había perdonado y dejado en libertad. “Mea culpa... mea culpa” susurró un y otra vez, abriendo las heridas previas y por su espalda corría la sangre. Aún así, siguió por mucho tiempo, buscando olvidar esa cara, buscando una absolución por parte de Dios.
Pero el recuerdo no se iba. Seguía recordando cómo había comenzado todo. La había visto en la biblioteca, hundida en una gran montaña de libros. A Reginald, esto le había extrañado y comenzó a sospechar; sin embargo, las sospechas de desvanecieron en el momento en que vio sus ojos, ella había levantado la vista al notar que alguien la observaba y se puso nerviosa al ver al Inquisidor.
¾ Buenas tardes ¾ saludó cortésmente Reginald.
¾ Buenas tardes ¾ le contestó ella.
¾ Permítame me presento ¾ prosiguió el Inquisidor ¾ soy Reginald Denmoore, el Inquisidor General de la ciudad.
¾ Teresa Von Varden ¾ replicó ella extendiendo su mano en señal de etiqueta. Él le besó la mano y le sonrió, estaba maravillado ante semejante espectáculo.
Desde ese día, siempre iba a la biblioteca y sólo la observaba. En su corazón comenzó a sentir cosas que no había sentido antes, estaba enamorado y a pesar de ser un hombre de Dios, no le importaba, ella se había convertido en su única razón para vivir; ella, algún día, iba a ser suya. Ella lo trataba cortésmente, disimulando el nerviosismo que le causaban sus visitas diarias a la biblioteca. Un día de invierno Reginald no encontró a Teresa como todos los días, pero él quería verla, así que preguntó a cada persona de la ciudad por su casa. Al encontrarla, vio a un muchacho hablando con ella; en ese instante comprendió lo iluso que había sido, pues la pareja se dio un apasionado beso, despertando la ira en Reginald “no se burlarán de mi” se juró a sí mismo.
Volvió rápidamente a su casa y mandó a sus verdugos a investigar a ese chico. Ellos averiguaron que era el novio de Teresa y estaban planeando casarse. Reginald se enfureció y después de volver su oficina un caos de papelería, alegó que ambos eran herejes y debían arrestarlos. Ella fue muy fuerte, tal como esperaba Reginald, mientras que el chico no soportó la tortura diaria y terminó confesando los falsos cargos, “al fin será mía” expresó satisfecho. El Inquisidor ordenó inmediatamente la ejecución, especialmente solicitó que Teresa presenciara la muerte de su amado y en seguida fuera entregada a su familia, a quienes notificó la decisión. Se enojó sobremanera al no escuchar los gritos de agonía del chico mientras era quemado vivo, deseaba verlo retorcerse de dolor antes de abandonar este mundo y a su amada.
Sus verdugos cumplieron sus instrucciones, dándole al Inquisidor la esperanza de que ella se fijara en él. Pero no fue así, pues Teresa lo odiaba por lo que le había hecho y eso hizo cambiar a Reginald. Ahora, intentaba cada día olvidarla y encontrar el perdón de Dios por su pecado.
Manyr entró en la habitación justo a tiempo para ver con placer como el hombre se castigaba a sí mismo. Cuando terminó le oyó susurrar “Teresa, ¿por qué?”, cosa que le recordó al demonio su misión. Concentró su energía y la proyectó hacia el Inquisidor, haciendo que éste se golpeara dolorosamente contra la pared. Al voltear y ver semejante aparición, su cara se puso blanca como el papel y comenzó a rezar.
¾ Ja, iluso ¾ rió Manyr ¾ ¿crees que eso te salvará? ¾ Pero el Inquisidor no contestó ¾ bien, entonces que comience la función.
El demonio usó su poder para inmovilizar a Reginald y fusionarlo con la pared. Sacó una hermosa daga decorada con piedras preciosas como rubíes y esmeraldas. A continuación comenzó a cortar el cuerpo del inquisidor, cosa que no sólo causó gritos de dolor de parte del inquisidor, sino que también ocasionó que corriera la sangre a borbotones.
Manyr también le daba uno que otro golpe en la cara. En seguida optó por voltearlo y admirar las heridas del látigo; de la nada hizo aparecer una vasija que contenía una mezcla de sal y limón, la cual aplicó en las lesiones, haciendo gritar a Reginald aún más fuerte. Al terminar, el inquisidor se desmayó a causa del dolor, pero el demonio no había terminado aún, todavía le faltaba causar el dolor espiritual, cosa que esperaba con ansias. Después de unos cuantos golpes más, el inquisidor recobró el conocimiento y con las fuerzas que le quedaban tan sólo pudo decir...
¾ ¿Por... qué? ¾ Inquirió Reginald ¾ ¿por qué... haces esto?
¾ De veras esperaba que me lo preguntaras ¾ replicó Manyr ¾ es el deseo de Teresa VonVarden que el Inquisidor General Reginald Denmoore pague por la injusticia que cometió hace tiempo.
¾ ¿Qué?, ¿mi amada Teresa?... no... no puede ser ¾ protestó Reginald.
¾ Fuiste muy ingenuo al pensar que tu querida Teresa es una persona normal ¾ declaró el demonio.
¾ ¿Qué quieres decir? ¾ preguntó desconcertado el inquisidor.
¾ Ja, pues que fuiste un idiota al matar a un simple mortal y dejar libre a una verdadera bruja ¾ rió Manyr.
El demonio había dado en el clavo, en ese momento la cara de horror de Reginald le demostró a Manyr el efecto de esa declaración. Disfrutó cómo poco a poco el inquisidor perdía sus últimos vestigios de cordura. Comenzó a gritar como loco tratando de salir de su aprisionamiento, pesar de que por más que forcejeaba, sus extremidades no se movían un milímetro. Finalmente, después de lo que fueron apenas cinco minutos, Reginald se desmayó de nuevo, haciendo entender a Manyr que ya había terminado su juego. La daga, la transformó en un sable y con él poco a poco fue cortando la cabeza del inquisidor. El cuerpo convulsionó, sin embargo el demonio fue más fuerte y finalmente la cabeza se separó del resto del cuerpo.
Completada la tarea, Manyr guardó la cabeza en una bolsa que llevaba y dejó ver una sonrisa en su rostro “al fin será mía” se dijo triunfante y desapareció de la estancia.
Teresa aún estaba en el bosque lidiando con las criaturas del lugar, esperaba el regreso del demonio. Cuando él apareció, ella estaba ansiosa por saber los detalles y él estaba dispuesto a dárselos. Ella escuchó pacientemente todo lo sucedido.
¾ ¡Que debilucho! ¾ exclamó Teresa irritada ¾ si hubiera sabido, lo hubiera hecho yo misma.
¾ ¿Cumplirás tu parte? ¾ preguntó una vez más el demonio.
¾ Primero lo primero ¾ se limitó a contestar ella, fulminándolo con la mirada ¾ quiero ver su cabeza.
Manyr sacó la bolsa y sacó la cabeza del que tiempo atrás había sido el asesino de su amado Arturo.
¾ Bien, cumpliste tu parte ¾ expresó Teresa y comenzó a quitarse la ropa, quedando totalmente desnuda. Manyr complacido, se acercó lentamente a ella, pero seguro de que esta vez no haría nada para defenderse ¾ solo una cosa ¾ dijo mirándolo a los ojos.
¾ ¿Qué? ¾ Inquirió Manyr.
¾ Que sea rápido ¾ contestó ella ¾ sabes perfectamente que ya he sufrido demasiado.
¾ Esta bien ¾ accedió el demonio y al tomarla entre sus brazos, supo que haría bien en darle gusto, al fin y al cabo ella tenía razón, ya había tolerado demasiado.
FIN
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