En medio de una espesa noche pude ver una silueta que recorrió mi casa cual si fuese la mismísima muerte, cual si fuera esa íntima amiga que duerme en mi misma cama, que vive dentro de mí, que me consume día tras día, noche tras noche. Me acerqué a ella tanto como mi aprecio por mi mismo nunca me había permitido, la toque, la besé y en medio de tan soñada noche caí a sus pies. Pude observar claramente como todos mis recuerdos me eran borrados y poco a poco cada una de las partes de mi cuerpo fue abandonando su habitual comportamiento alejando de mí el dolor.
Desperté en medio de una terrible angustia, temiendo que esto no hubiese sido más que un vano sueño, una mera ilusión de tan grato destino. Todo aparentaba estar exactamente igual, pero presentía que había algo que faltaba en este sitio, algo sumamente importante, algo que le otorgaba valor a todo lo demás, recorrí los claustrofóbicos pasillos de tan antigua casa uno por uno, sin embargo, no pude encontrar aquello que era tan insignificantemente importante que le daba el valor a todo lo que constituía este lugar.
Era el atardecer cuando aun no encontraba respuesta alguna a tan inquietante cuestionamiento, el reloj marcaba las seis treinta de la tarde cuando un ave cayo del techo, un cuervo que observaba atentamente al sauce seco del frente de la casa con tan asombrosa concentración que parecía un animal disecado, no movía un solo músculo, ni una sola pluma. Durante más de tres horas contemplé a tan exquisito espécimen y al no observar señal alguna de vida en dicha criatura me acerqué a ésta tanto como pude, pero al estar a unos pocos centímetros de la misma esta desapareció.
Atemorizado, corrí en busca del lavadero, pero a diferencia de muchas otras veces no lo encontré en su sitio habitual. En éste mismo instante escuché un ruido que provenía de la sala de estar, a donde acudí inmediatamente dejándome llevar por la curiosidad. Al llegar allí observé un cuadro en especial, un cuadro del cual nunca en toda mi vida me había fijado, el retrato de un hombre delgado, un poco más pálido que la tenue luz del amanecer, con los ojos completamente desenfocados, sin brillo. Atraído por tal imagen fui acercándome lentamente, notando rápidamente que a medida que me acercaba, la imagen plasmada en dicho retrato se iba expandiendo, sin embargo, cuando estuve lo suficientemente cerca como para tocarlo, noté nuevamente al cuervo mirando hacia el sauce, el temor esta vez no me dejo pensar bien mis actos y le lancé lo primero que encontré a mi alcance, mas sin embargo, justo antes de que el objeto le tocara el cuervo volvió a desaparecer, dejándome nuevamente perplejo ante tan inexplicable situación. Una vez recuperado de dicho inconveniente, me dirigí nuevamente al cuadro y cuando quede justo en frente levante mi mano para tocarle, pero en el preciso momento en que le toqué, todo desapareció, mis pensamientos, las imágenes, los sonidos, absolutamente todo.
Todo a mí alrededor era obscuridad, si es que se le puede atribuir a tal lugar tan significativamente nulo dicha cualidad. Sin embargo, había algo cerca a mí, probablemente era lo único que había en el lugar aparte de mí mismo, y entonces sentí de una manera que no había sentido en toda mi vida, como algo tan frio como el hielo tocó mi hombro, seguido de una voz extravagantemente melodiosa que susurró a mis oídos los siguientes versos:
“El sauce está seco, el pájaro muerto
Ya tan solo queda el alma del dueño
Que ya no suspira, que no siente el viento
Que toda su vida, fue menos que un sueño
Hoy cierra los ojos
No se oye un lamento
Leonhard Bélzagar.
Slytherin
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